La feroz reacción que recibió la semana pasada la propuesta del ex ministro de Relaciones Exteriores de la República de Armenia, Vardan Oskanian, de hacer un gran avance en la política exterior de Armenia con un fuerte equipo de diplomáticos experimentados y sacar al país de la actual situación desesperada con un trabajo vigoroso fue asombrosa.
Era posible, no compartir el optimismo y la confianza que se tenía el exministro, oponerse a su insistencia en el 100 por ciento de éxito, pero 11 años de mérito diplomático, habilidad bien familiarizada con todos los pliegues del problema de Artsaj, ignorarlo incluso si su pedido al primer ministro de permanecer en silencio durante 2 o 3 meses fuera inaceptable, liviano o imprudente, pero viendo y conociendo la realidad, el grupo gobernante así como cualquier agrupación, respetando su trabajo y trayectoria, un gobierno, aunque sea por cortesía, estaba obligado a invitarlo a una reunión consultiva, para conocer y comprobar los motivos de esa confianza en sí mismo o de la validez de sus propuestas.
Muchos países en desarrollo, en situaciones mucho menos peligrosas que la nuestra, contratan a varios expertos a la vez, por grandes sumas de dinero, para que los asesoren. Y los países desarrollados, además de sus diplomáticos, crean y mantienen varios centros cerebrales, think tanks, solo para consultas.
De aquí viene la primera pregunta. Durante el cambio de poder en 2018, al menos en nuestro sistema diplomático, ¿hubo una transferencia de información y datos adicionales en el llamado traspaso de aceptación de las funciones principales, digamos, con nuestros diplomáticos más experimentados, Eduard Nalbandian, Vardan Oskanian y otros? Al menos no lo recuerdo.
En cambio, los recién llegados, personas que no tenían conocimientos diplomáticos básicos, ni siquiera etiqueta diplomática, se sentaron en sillas inusuales y comenzaron todo desde "cero" bajo la consigna de su jefe.
Fue ese “punto cero” el que trajo sucesivas desgracias a nuestro país, de cuyas severas consecuencias no hemos podido salir desde hace cinco años, pero de las que poco a poco nos estamos sumergiendo en el pantano del aislamiento.
Ese "punto cero" fue la razón por la que, además de numerosos deslices y después de una derrota desastrosa, nuestras dos, quizás últimas, oportunidades para salvar los restos de Artsaj, la tierra y la gente, fueron anuladas. El primero era no haber permitido un puesto de control azerbaiyano en el Corredor Lachín, en el Puente Hakari, y el segundo, es la incapacidad de implementar la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, que califica de ilegal e inhumano el asedio-rehén de 120 mil armenios de Artsaj.
Recordemos: en el primer caso, teníamos una disposición internacional favorable a no permitir un cambio en el statu quo creado el 9 de noviembre de 2020, y en el segundo caso, la debilidad del gobierno para no hacer nada. En este último caso, como en el primero, se necesitaba una verdadera movilización de recursos diplomáticos y medios de propaganda (me refiero también al potencial de la diáspora).
Ni eso ni lo otro pasó. La razón fue la nulidad diplomática, que para encubrir el cero y la nulidad, utilizaron la versión de la consigna del pacifismo, y para darle peso, la contrastaron con el espectro de la guerra.
A Nikol Pashinian le gusta repetir a menudo que recibió una herencia muy importante de los líderes anteriores del país. No hace falta repetir aquí que en ese caso, cuando ya comprendió el peso de la herencia que recibió, por qué no se negó, en sentido figurado, a llevar la carga. ¿No sintió la diferencia de peso entre él y su predecesor y otros? Una persona prudente e inteligente, sobre todo consciente de la responsabilidad del Estado, acudiría al menos a especialistas experimentados, en primer lugar, a exdiplomáticos, dejando de lado todo tipo de narcisismos.
Es la ambición de empezar desde el "personal", punto cero, lo que hoy en día se considera a Armenia, incluso en la opinión de los estados amigos, como un país de dos caras, poco fiable y, por lo tanto, aislado.