Hovhannés nació allí y vivió en una ciudad que hoy se llama Vanadzor, hasta los nueve años.
Tiene, de esa época, algunos recuerdos: el camino hacia la escuela, las tardes en las que iba a nadar al río, los paseos por los bosques que rodean la ciudad y el silencio de sus abuelos, que habían regresado a Armenia con su hija y su nieto: era un silencio que guardaba una historia y, también, un sufrimiento, una pena, una tristeza demasiado profunda.
Recuerda, además, que aunque no hablara —aunque no contara sus días escapando y caminando, aunque no dijera nada sobre la vez que su hermana fue secuestrada o sobre la forma en la que su hermano murió del miedo en Irak el día que alguien, para hacerle una broma, le dijo que lo estaban buscando para matarlo otra vez— había días en los que su abuela se sentaba detrás de una ventana y lloraba en silencio.
“Hay historias que no terminás de saber. Mi abuela que era una adolescente en la época del genocidio armenio, seguramente haya vivido cosas y haya visto cosas que yo ni siquiera puedo contar. Ellos, mis abuelos, nunca pudieron hablar de eso. Yo le preguntaba a mi padre y a mi tío por qué nunca les habían preguntado y ni siquiera existía la posibilidad de preguntarles. No hablaban. Por eso uno a veces trata de ser voz de esa generación que no pudo hablar, que no pudo contar toda su historia”, dice Hovhannés.
Hay algo que tiene que ver con la necesidad de poner la voz. Y hay algo, también, que tiene que ver con la preservación: con escribir las historias y los mitos y las tradiciones de la cultura armenia para que no se pierdan, para que se mantengan.
Hay algo de todo eso en los motivos que llevaron a Hovhannés, que es Magister en artes, especializado en lengua y literatura armenia egresado de la Universidad Estatal de Ereván, a escribir el libro Patria del Alma, que publicó este año, con el apoyo del Centro de Estudios Interdisciplinarios Migratorios de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Udelar.
En una publicación de 160 páginas ilustradas por Adrine Kechichian, Hovhannés repasa, a través de los cuentos de un abuelo a su nieto, los mitos y las leyendas - El monte sagrado, El diluvio, Haik y Bel, El primer vino, Tradiciones de año nuevo, y más-, el Cristianismo en el país y las tradiciones que construyen y sostienen la identidad armenia.
“Hay algo fundamental para escribir este libro que tiene que ver con lo que conoce la gente de Armenia en Uruguay: generalmente está vinculado al hecho de la llegada del inmigrante, al genocidio y desde ese lugar importante que le ha dado Uruguay, no solo de escuchar, de recibir a los sobrevivientes, sino también en ser el primer país de reconocer el genocidio como tal. Esas cosas son importantes. Per a partir de eso pensé que faltaba conocer algo más de la cultura armenia. Lo que ha trascendido es el dolor. Es un pueblo milenario, que tiene una cultura milenaria, pero ¿dónde está todo ese conocimiento? ¿qué es esa cultura? Me quedaba la necesidad de contarla, en primer término para la propia comunidad armenia en Uruguay, y después, para todos”, dice.
La comunidad armenia en el país está constituida, más o menos, por 15.000 personas aunque, dice Hovhannés, no todas participan de forma activa y tampoco es homogénea.
La idea del libro empezó a rondarle por la cabeza a comienzos de los 2000. Se sentó a organizar todo el material que tenía en borradores y a escribir en 2017. Patria del Alma es el único material que reúne toda esa información en español.
“Este es un libro sobre la identidad de los armenios”, escribe Hovhannés al inicio del libro. “Mis abuelos Hovhannés y Zartik Bodukian Nazar y Eliz Chakijian me transmitieron la identidad siendo; ellos fueron inocentes víctimas de la suya. La mayor parte de los temas tratados aquí tienen que ver con lo que aprendí en los libros”.
Cree, Hovhannés, que parte de esa identidad está basada en el valor de perdurar: que a un pueblo que lo mataron o lo obligaron a irse de su tierra, después le queda el instinto, las ganas de conservar lo que fueron, de mantenerlo vivo.
Estudió en Armenia pero vivió y vive en Uruguay. Dice que separar lo armenio de lo uruguayo le resulta imposible. Que a veces tiene el temperamento de los armenios y a veces la calma de los uruguayos. Que una vez se dio cuenta de que, lejos de ser una diferencia, el tener dos identidades era algo bueno, una forma de multiplicarse, de expandirse.
Eso es lo que intenta él, ahora, con su hijo de ocho años nacido en Uruguay y de madre uruguaya: trasladarle al menos una parte de sus costumbres y de su historia, hablarle en su idioma, explicarle que hay, también, otras maneras de mirar el mundo.