¡A cantar señoras y señores, que llegó la primavera! Ya lo dice la canción de Sergio Dalma: “el mundo no ha parado ni un momento / la noche muere y llega el día”.
Tal vez podamos empezar a recuperar algo de todo aquello que secó esta temporada otoño e invierno... Que las palabras utilizadas en ese tiempo vinculadas con la confusión, el miedo, la incertidumbre, la devastación, comiencen a ser reemplazadas por alegría, fe, sosiego, claridad, certeza, decisión, prosperidad y riqueza. Por cada uno de las negativas, dos positivas.
Que las palabras se transformen en acciones que florezcan en esta nueva etapa de un año, difícil sí, pero vale considerar lo aprendido y acompañar pacientemente los temores que aún persisten, los propios y ajenos.Transitar un trayecto acompasado que conecte aquello que otorga lo externo, y me refiero a la existencia, a la naturaleza, con el recupero de la energía interna.
El mundo es mundo, y gira, independientemente de nuestros sentires, de nuestras conductas o deseos; de nuestros egos y luchas, porque el mundo tiene una sola misión: girar y si nosotros estamos en él, es bueno recordar que cada tanto, hay que dejar la mente a un lado y por unos minutos dedicarse a girar con él y en él.
Pensaba en la danza derviche, en la que ese giro ritual lleva al danzante a vaciar su mente, para percibir en esa relajación extrema, que desde su mínimo espacio de movimiento está en reciprocidad con lo sagrado del Universo; una conexión entre las energías físicas o materiales con las sutiles. Así se establece ese contacto que va desde lo mundano hacia lo espiritual o Divino.
Y desde este pensamiento saltó mi espíritu, que ya revolotea bajo el sol, a pensar en el gran milagro de la existencia, en la que aún los seres humanos no podemos reconocernos como iguales.
El mundo es nuestro gran punto de unión, pero cuando todos intentamos aferrarnos, tomar algo de él, es cuando surgen los conflictos, aniquilando su esencia contenedora, la que le da el valor de esa “casa grande”.
En sus “Cartas Tarot Osho Zen”, el líder espiritual indio ilustra al mundo como un lugar en donde la humanidad, unida y tomada de las manos, rodea al mundo como un enorme Mandala bajo un arco iris que convoca a todas las personas que habitan la tierra a compartir todo aquello que ella otorga: riqueza, amor y sabiduría, disponible para todos.
Tesoros que ofrece la tierra y que, el hombre en su eterno afán por quedarse con algunas partes, deshilacha, separa, disgrega, sin entender que esas posesiones, en todo caso, siempre serán efímeras.
Carl Gustav Jung en su interpretación simbólica del Tarot explica, en el Arcano 21 llamado El Mundo, la armonización e integración de los opuestos del alma personal; una representación de todo lo bueno y lo malo que habita dentro de uno mismo, y que un día, después de un recorrido, descubre que es semejante a lo de otros seres. Es distinto en cada proceso de individuación, pero semejante a otros seres con quienes compartimos la misma esencia, sin importar el lugar del mapa en donde nos encontremos.
Una energía humana compartida, diversa en sus formas de manifestarse, pero semejante en su perfección humana.
La danza, la canción, el arte de la interpretación simbólica me trajo hasta la escritura y recordé este microcuento creado por Eduardo Galeano (uno de los más destacados escritores uruguayos y de toda Latinoamérica), que nos habla de la maravillosa diversidad del mundo que habitamos y compartimos.
“Un hombre del pueblo Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado desde arriba la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso-reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.”
Clr. Cristina Inés Papazian
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