“Borra el pasado de un pueblo y controlarás su futuro.” – George Orwell
La comprensión colectiva de su historia siempre ha sido fundamental para la supervivencia de la nación armenia. El pasado importa. La historia forja y fortalece la identidad. No sólo arroja luz sobre las realidades presentes, sino que también forma la base sobre la que se puede construir un futuro compatible con su sentido de identidad nacional. Manipular “el pasado”, la forma en que una nación lo entiende, lo recuerda y se identifica con él colectivamente, no es sólo un ejercicio intrascendente de revisionismo histórico académico. Descarrila las aspiraciones de esa nación y corrompe su visión del futuro.
“Si borras el pasado de un pueblo, controlarás su futuro”, suena hoy muy cierto cuando prestamos atención a lo que sucede en Armenia, aunque esa frase, aunque se atribuye en gran medida a George Orwell, es en realidad una interpretación y reformulación de una declaración diferente hecha por él. La frase original de Orwell es: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”. 1984 , Libro 1, Capítulo 3, página 34.
Si el poder político que controla el presente quiere, necesita o se ve obligado a cambiar las aspiraciones de una nación respecto de su futuro, primero debe revisar cómo esa nación percibe y entiende su pasado. Esto puede funcionar en ambas direcciones: o glorificar excesivamente el pasado y elevar el listón de las aspiraciones nacionales a niveles irreales, o cuestionar los fundamentos mismos de los derechos históricos nacionales y bajar ese listón a niveles igualmente irreales e insostenibles. Los vecinos de Armenia han mostrado un apetito insaciable por lo primero, ya sea en la forma de la compulsión de Turquía por regresar a la gloria del Imperio Otomano o en la retórica agresiva y expansionista de Azerbaiyán sobre el “Azerbaiyán occidental”. También ha habido algunos armenios “maximalistas” en esta categoría que sueñan con recuperar el imperio de Tigran el Grande.
El Ereván oficial de hoy cae claramente en la segunda categoría: cuestiona y niega la propia comprensión que la nación tiene de su historia, con el fin de hacer aceptable una visión del futuro mucho más degradada que la que la nación habría aceptado si hubiera mantenido su verdadero sentido de identidad.
Hay una larga cadena de ejemplos de cómo el gobierno de Ereván ha tratado de remodelar el pasado para trazar un nuevo mapa para el futuro. Quienes viven en Armenia o siguen las entrevistas y los pronunciamientos de los funcionarios gubernamentales en lengua armenia probablemente conozcan cada eslabón de esa cadena (y quienes no lo hagan probablemente no comprendan del todo el contexto en el que se plantean los puntos de este artículo e incluso se pregunten por qué tanto alboroto).
El último de esta serie de golpes al entendimiento colectivo nacional llegó el 24 de enero, durante la reunión del Primer Ministro con miembros de la comunidad suizo-armenia en Zurich, cuando cuestionó (minutos 19:20-20:20) las circunstancias históricas del Genocidio, declarando sin rodeos que “tenemos que volver a nuestras verdades, (preguntarnos) si lo que consideramos verdad es de hecho la verdad. La parte más importante de nuestra identidad, necesitamos volver a la historia del Genocidio Armenio y debemos entender qué sucedió, por qué sucedió, y cómo formamos nuestra comprensión de lo que sucedió, a través de quién formamos nuestra comprensión, y cómo sucedió que en 1939 no había una agenda del Genocidio Armenio, y cómo luego en 1950 apareció la agenda del Genocidio Armenio”.
Olvidemos por un momento que el término “genocidio” fue acuñado en 1944 por Raphael Lemkin y que no podía haber estado en la agenda de nadie en 1939, aunque se me escapa la importancia de esa fecha. Olvidemos también que el Genocidio Armenio es uno de los acontecimientos históricos mejor documentados teniendo en cuenta los medios disponibles en ese momento. Tanto los historiadores y expertos legales extranjeros, incluidos los turcos, como los armenios, los testigos oculares diplomáticos y los misioneros, los archivos y procesos turcos, así como las innumerables páginas de relatos de sobrevivientes, no dejan lugar a dudas sobre “qué sucedió y por qué sucedió”. El primer ministro podría haber encontrado fácilmente las respuestas a todas sus preguntas en el Museo-Instituto del Genocidio Armenio Dsidsernagapert, allí mismo en Ereván.
El punto más importante aquí es el hecho de que cuestionar el Genocidio por parte del jefe de Estado de la República de Armenia, cuando 32 países lo reconocen oficialmente, no puede explicarse de otra manera que no sea para impulsar una agenda futura en la República de Armenia que sería un anatema para una de las causas nacionales armenias más centrales.
El primer ministro se ha retractado y ha dado explicaciones sobre sus comentarios sobre el genocidio, pero eso no cambia los argumentos, análisis y conclusiones de este artículo. El pronunciamiento de Zúrich fue sólo un eslabón de una larga cadena de declaraciones públicas que cuestionan la comprensión colectiva de la nación de su historia y su sentido de identidad. Estas declaraciones están disponibles públicamente y a continuación se hace referencia a algunas de ellas.
La justificación más común dada (y a menudo aceptada por muchos) para esta política es la seguridad nacional: no provocar al enemigo, no morder el anzuelo cuando el enemigo intenta provocarte, no proclamar ningun reclamo territorial a ninguno de tus vecinos, declarar que no intentarás recuperar los más de 200 kilómetros cuadrados de territorio armenio soberano ocupado por Azerbaiyán por la fuerza militar, no exigir la liberación de tus prisioneros en Bakú ni poner la cuestión de su liberación en ninguna agenda de negociación, no hablar del derecho de la población de Artsaj a regresar a sus hogares, negar la existencia de una Armenia Occidental histórica, incluso descartar el Monte Ararat del emblema nacional para que no sea malinterpretado como una demanda territorial aTurquía.
Dado el actual equilibrio de poder militar en la región, algunas de estas políticas, como la de no provocar una guerra desigual prematura, son acertadas. Armenia está rodeada de vecinos agresivos y hostiles, que ahora están más acostumbrados que nunca a llevar a cabo agresiones militares con impunidad. Evitar la guerra también es políticamente prudente porque es una medida popular entre un pueblo cansado de la guerra, desmoralizado y despolitizado.
Pero, bajo el pretexto de la seguridad nacional, se están concediendo muchas más cosas de las necesarias para evitar provocar otra guerra. Estas concesiones tienen consecuencias desastrosas, inmediatas y a largo plazo, tanto para la población de Armenia como para la nación armenia en su conjunto. Cuestionar el genocidio no puede ser una herramienta de seguridad nacional. Es cierto que la República de Armenia no tiene hoy el poder de exigir a Turquía que reconozca el genocidio, y la reunión con la comunidad armenia suiza no era el lugar para hacer tal demanda. Pero, al escuchar el vídeo completo del evento, queda claro que no había ninguna razón para siquiera sacar a relucir el tema en primer lugar. Se sacó a relucir porque ofrecía una oportunidad de cuestionar la validez del genocidio .
El abandono de los ciudadanos armenios detenidos en las cárceles de Bakú tampoco puede ser parte de una estrategia de seguridad nacional; por el contrario, envalentona aún más al enemigo y confirma que sus acciones ilegales seguirán sin ser castigadas. Declarar que Armenia no tiene reivindicaciones territoriales respecto de sus vecinos es una cosa, y equiparar la realidad histórica de una “Armenia occidental” con la falacia de Aliyev de un “Azerbaiyán occidental” es algo completamente diferente. Un símbolo nacional milenario no es una reivindicación territorial. Eliminar la palabra “nacional” de diversas instituciones culturales nacionales, como la Biblioteca Nacional y la Ópera Nacional, no tiene nada que ver con evitar la guerra.
El argumento de la seguridad nacional simplemente no se sostiene. Vivimos en un mundo orwelliano en el que se degrada nuestro pasado, nuestra identidad nacional y nuestra historia, con el objetivo de rebajar las aspiraciones nacionales a un nivel en el que un futuro depurado y degradado parezca normal y se vuelva aceptable.
Una de las implicaciones (de hecho, los objetivos) más profundas y peligrosas de esta política es abrir una brecha entre la nación y el Estado. El Ereván oficial no tiene reparos en separarlos. Los pronunciamientos públicos, tanto en Zúrich como en otras entrevistas , son muy claros: la patria armenia es sólo el Estado (actual); el pueblo/población armenia (ժողովուրդ) son los ciudadanos de Armenia. La nación armenia son todos los armenios étnicos que no son ciudadanos de la República de Armenia, y el Estado no tiene nada que ver con ellos. La historia y las aspiraciones nacionales no son la historia y las aspiraciones de la República de Armenia. La historia armenia es irrelevante para la historia de Armenia. En resumen, la República de Armenia es sólo un Estado, no un Estado-Nación.
Aparte de no promover la seguridad nacional, estas políticas no pueden considerarse de ninguna manera parte de una agenda política armenia, ya sea a nivel nacional o estatal. El Instituto Lemkin emitió una declaración detallada el 30 de enero en la que calificó el pronunciamiento del primer ministro como un eco más de las “narrativas negacionistas turcas”. Además de la negación del genocidio, la esterilización del Estado armenio de su contenido nacional e histórico ha estado en la agenda política regional turca desde la Primera República y continúa hoy.
Como he sostenido en otras ocasiones, el pueblo armenio no sólo necesita un Estado, sino un Estado-Nación. La mayoría de los ciudadanos actuales de Armenia y los miembros de la diáspora tienen opciones mucho mejores que la República de Armenia si todo lo que tuviera para ofrecer fuera un Estado no nacional donde pudieran vivir en paz y ganarse la vida. Si el Estado armenio decide librarse de su contenido nacional, ya no tendrá nada que ofrecer a la población armenia, ni en Armenia ni en el resto del mundo. En este sentido, abandonar la nación es el primer paso hacia la desaparición del propio Estado, incluso si de alguna manera lograra asegurar sus fronteras físicas.
Del mismo modo, la República de Armenia no puede defenderse sin los recursos de toda la nación que la vio nacer. Esto debería ser obvio para cualquiera que observe atentamente el mapa y la historia de la nación armenia. Los intereses nacionales y los intereses estatales no son mutuamente excluyentes. Todo lo contrario: no se puede servir a uno sin servir al otro.
Aunque el gobierno actual rechaza de plano esa premisa obvia, ha quedado meridianamente claro que es improductivo seguir discutiendo sobre el tema. A costa de resultar un tanto repetitivo, parafrasearé algunos de los argumentos que presenté en otro artículo sobre la diáspora armenia. La “nación”, en su sentido más amplio, que abarca elementos y recursos de la nación armenia tanto en Armenia como en todo el mundo, debe reorganizarse para perseguir intereses nacionales y estatales en un universo paralelo al del gobierno de Ereván. No se trataría de un esfuerzo competitivo, aunque exigiría eludir algunas de las políticas y pronunciamientos del gobierno oficial de Ereván. Sería un esfuerzo complementario, porque la nación ya no puede depender del Estado para defender sus propios intereses estatales, y mucho menos los de la nación en general, y porque la nación armenia es un actor legítimo del Estado armenio, lo admita o no el gobierno actual.
Reorganizar la nación sin la participación y colaboración directa del Estado es una tarea realmente difícil, sobre todo cuando muchos siguen albergando esperanzas infundadas de que confiando en el Estado se logrará finalmente el mismo resultado. Se requiere una cooperación poco habitual y una visión nacional desapasionada. Las estructuras tradicionales de la diáspora no están preparadas para afrontar esta tarea. Debe surgir una nueva iniciativa que incluya e incorpore las estructuras tradicionales, pero que vaya más allá de ellas con una visión pragmática y un plan de acción igualmente pragmático, mediante el cual los recursos de la nación armenia global se aprovechen para un objetivo claro y unificado.
Los objetivos de una iniciativa de este tipo serían: 1) mejorar el desarrollo económico y la infraestructura de seguridad de Armenia; 2) establecer una influencia política global a la altura de los desafíos que enfrenta el Estado armenio; 3) garantizar que Armenia se desarrolle y prospere como Estado-Nación, en el sentido más amplio de la palabra.
La consecución de estos objetivos implica varias actividades interrelacionadas, que el Estado por sí solo no puede o no está dispuesto a llevar a cabo, pero la Nación sí puede. Entre ellas se incluyen:
— Restaurar y reforzar el sentido de identidad nacional y de historia común, reviviendo y fortaleciendo las instituciones educativas armenias en todo el mundo, donde idealmente se imparta una educación nacional armenia “común”, además de una educación moderna competitiva.
— Ocupar un lugar en la mesa de los intereses económicos globales creando una red empresarial armenia eficaz y conectada globalmente.
— Participar en la configuración de la mentalidad política en todo el mundo, cultivando relaciones profesionales y diplomáticas arraigadas con ONG y grupos de expertos internacionales claves.
— Mantenerse al día y tener presencia en los desarrollos tecnológicos y de inteligencia artificial en todo el mundo.
— Proyectar el poder blando de la historia y la cultura armenias en todo el mundo, lanzando una campaña de información profesional y consistente.
— Para facilitar lo anterior, establecer un sistema elaborado de recopilación y análisis de información global que abarque tanto a las comunidades armenias como a las entidades no armenias que impactan en Armenia.
Lo ideal sería que fuera el Estado el que asumiera la responsabilidad de coordinar un esfuerzo de esta magnitud, actuando como un imán que atrajera todos los recursos de la nación y los encauzara hacia una visión común. Pero los cuatro gobiernos de la Tercera República han demostrado ser incapaces de llevar a cabo esa tarea, y el actual ha refutado incluso la premisa de tal misión, y mucho menos ha aceptado la responsabilidad de llevarla a cabo.
Por más desalentadora que pueda parecer la tarea descrita anteriormente a la luz de las realidades actuales, la Nación Armenia cuenta con todos los recursos, capacidades y alcance mundial necesarios para llevarla a cabo. Queda por reunir la voluntad política, la visión y la perspicacia organizativa necesarias para emprender el esfuerzo.
(Vahan Zanoyan es un especialista global en energía y seguridad. A lo largo de 35 años, ha asesorado a 15 gobiernos diferentes sobre políticas de desarrollo económico, estrategia del sector energético, seguridad nacional y competitividad global. También ha trabajado como consultor para numerosas compañías petroleras internacionales y nacionales, bancos y otras organizaciones públicas y privadas.)