Que Armenia del 2024 no es la Armenia 2014 es algo obvio para todos los armenios y para la mayoría de los observadores de los asuntos internacionales. Irónicamente, es una realidad que siguen evitando muchos expertos de Washington.
Tal vez el odio a Armenia los ciega o, más probablemente, el deseo de congraciarse con Azerbaiyán, combinado con los privilegios de tener estrechos vínculos con la embajada, el gobierno o la empresa petrolera estatal. Sin embargo, intelectualmente, la idea de que los países, regímenes e incluso líderes cambien de orientación o cambien de alianzas no es nueva ni sorprendente. Ese es, después de todo, el objetivo de la diplomacia.
No toda reorientación es buena para Estados Unidos. Una década antes de que los comunistas chinos lanzaran una revolución que los condujo al control de toda China continental. Mao Zedong estudió la historia estadounidense, ensalzó a George Washington y creyó que Estados Unidos y China podían cooperar para derrotar a Japón. La realpolitik estadounidense hacia Japón, lo llevó a concluir que China no podía confiar en Estados Unidos, entonces se volvió contra Washington y se unió a los comunistas chinos. Sin embargo, más de dos décadas después de que Mao estableciera la República Popular China, el asesor de seguridad nacional Henry Kissinger aprovechó la desconfianza de Washington y Pekín hacia la Unión Soviética, para impulsar un acercamiento que llevó a Estados Unidos a reconocer a la China comunista.
Pero China no fue el único ejemplo de diplomacia y acontecimientos mundiales que llevaron a una repentina reorientación. En el Foro APRI (Instituto de Investigación de Políticas Aplicadas de Armenia), de Nueva York (10/2024), John Herbst, del Atlantic Council, comparó el giro de Armenia con el de Ogadén de hace medio siglo. Fue un ejemplo astuto. El 12 de septiembre de 1974, el Derg, un grupo de oficiales militares marxistas, derrocó al emperador Haile Selassie, jefe de una dinastía que gobernó Etiopía durante más de 700 años. Desataron un terror rojo y reemplazaron el patrocinio estadounidense por el apoyo soviético. Los líderes soviéticos, que hasta entonces consideraban a Somalia como su principal aliado regional, esperaban que Etiopía y Somalia formaran una confederación comunista en el Cuerno de África. No fue así. En julio de 1977, el dictador somalí Siad Barre invadió la región etíope de Ogadén, poblada por somalíes, contra los deseos de Moscú. Cuando los soviéticos se negaron a apoyarlo, cambió la orientación de Somalia hacia la Guerra Fría. Apenas unos años después de una visita de Estado a Moscú y de predicar la revolución comunista junto al líder cubano Fidel Castro y el dictador rumano Nicolae Ceaușescu, Barre estaba sentado en la Oficina Oval con Ronald Reagan. El aeropuerto de Berbera, construido a mediados de los años 70 por ingenieros soviéticos para dar soporte a los bombarderos más pesados de la Unión Soviética, se convirtió casi de la noche a la mañana en la joya de la corona de la presencia de Estados Unidos en África.
Somalia nunca fue un buen aliado; las dictaduras genocidas nunca lo son. Asimismo, la perspectiva sugiere que echar a Taiwán por la borda no fue una decisión acertada. Sin embargo, los esfuerzos de Kissinger en Oriente Medio fueron más positivos. Egipto era el estado árabe más poderoso y poblado y controlaba el Canal de Suez. Cuando el presidente Richard Nixon llegó a la Casa Blanca, Egipto era un sólido aliado soviético. Después de que el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser nacionalizara el Canal de Suez, el presidente Dwight D. Eisenhower, se puso del lado del régimen nacionalista árabe de Egipto contra Israel, Francia y el Reino Unido por razones de realpolitik: los árabes superaban en número a los judíos en Oriente Medio.
Israel se lamió las heridas y se retiró, pero la táctica de Eisenhower casi acabó con la OTAN antes de que siquiera comenzara. Tampoco consiguió la simpatía árabe hacia Washington dos años después, durante la crisis del Líbano. Nasser siguió enviando egipcios a estudiar a la Unión Soviética y comprando armamento soviético. El 27 de mayo de 1971, el sucesor de Nasser, Anwar Sadat, y Nikolai Podgorny, presidente del Presidium del Soviet Supremo, firmaron un Tratado de Amistad y Cooperación soviético-egipcio, que no duraría. Egipto derogó el tratado en 1976 y expulsó a los asesores soviéticos, para acabar dando la bienvenida a los estadounidenses en su lugar. En el transcurso de sólo unos pocos años, Egipto pasó de ser un aliado soviético, a un pilar de la política estadounidense.
El cambio de rumbo de Armenia tampoco es único, ni comenzó con el ascenso al poder del primer ministro Nikol Pashinian en 2018. Incluso antes, Armenia buscó un equilibrio entre Rusia y Estados Unidos. En 2008, Armenia se convirtió en el primer país del Cáucaso en albergar ejercicios de la OTAN, al mismo tiempo que seguía albergando fuerzas rusas en Gyumri. En enero de 2014, las fuerzas de paz armenias realizaron ejercicios con el ejército estadounidense en Alemania, para prepararse para la misión de la Fuerza de Kosovo (KFOR). En 2011, Armenia triplicó su contingente en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) de la OTAN en Afganistán llevándola a 130; sobre una base per cápita, significó que la contribución de Armenia fue cuatro veces mayor que la de Turquía y diez veces mayor que la de Francia.
Si los armenios miran cada vez más hacia Occidente, el presidente ruso, Vladimir Putin, no tiene a nadie a quien culpar más que a sí mismo, dadas sus reiteradas traiciones en el período previo a la conquista de Nagorno-Karabaj por parte de Azerbaiyán. Washington puede disfrutar del cambio de postura de Armenia, especialmente después de que Pashinian eclipsara a Putin en la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) de noviembre de 2022, en la que se negó a firmar su declaración final, y posteriormente cuando Pashinian canceló los ejercicios militares de la OTSC en Armenia.
Es legítimo que los armenios debatan si su giro ha ido demasiado lejos, dada la falta de garantías estadounidenses y la probabilidad de que Putin busque venganza contra Armenia si sale victorioso en Ucrania. Los analistas también tienen razón en que el giro de Azerbaiyán hacia Rusia e Irán, se produjo simultáneamente al de Armenia hacia Occidente. Sin embargo, lo que es contrafáctico y deshonesto es el mantra que se repite en algunos sectores de Washington de que Armenia está en el bolsillo de Rusia. Esto sugiere una profunda ignorancia de la historia y de los asuntos mundiales o una deshonestidad motivada por otras causas.
( Michael Rubin es investigador senior del American Enterprise Institute y director de análisis de políticas del Foro de Oriente Medio ) .