Desde el final de la primera guerra de Artsaj, cuando comenzaron las negociaciones entre Armenia y Azerbaiyán, quedó claro que las partes no podrían ponerse de acuerdo sobre la cuestión más importante: el estatus de Nagorno-Karabaj.
Además, por mucho que Azerbaiyán intentara parecer constructivo en las negociaciones, estaba negociando por un lado y preparándose para la guerra por el otro, con un solo propósito en mente: despoblar y ocupar Artsaj de una vez por todas.
En realidad, Bakú nunca ocultó particularmente sus objetivos, amenazando constantemente a Armenia con una nueva guerra y recurriendo a todo tipo de provocaciones militares contra Armenia y Artsaj.
En cuanto a Armenia, siempre se habló de que Ereván debería hacer concesiones, suavizar sus posiciones y llegar a la solución final del conflicto de Nagorno-Karabaj lo antes posible. Existía la creencia de que si Armenia hacía concesiones, la comunidad internacional daría fuertes garantías a las partes cuando Ereván y Bakú llegaran a una decisión común y definitiva. Pero aquí queda la pregunta más importante: si Azerbaiyán estaba dispuesto a dar algo a Armenia y hacer concesiones, o estaba esperando el impulso histórico y geopolítico; en pocas palabras, el “alineamiento planetario” que de hecho ocurrió en 2020.
Es obvio que lo que ocurrió en 2020 y se completó en 2023 fue un escenario diseñado por Azerbaiyán y Turquía, es decir, conquistar Artsaj sin armenios. De hecho, ésta era la única solución aceptable, definitiva y completa para Azerbaiyán y ninguna otra opción podía ser tolerable para Bakú. Por eso, durante años Azerbaiyán no quiso la solución de la cuestión de Nagorno-Karabaj, agravó la situación y, por mucho tiempo que las partes negociaron, esperó una oportunidad adecuada para tomar Artsaj mediante la guerra y expulsar a los armenios de allí. Azerbaiyán no estaba dispuesto a ceder en nada.
En 2020 finalmente surgió la oportunidad tan esperada. Al decir, me refiero a los procesos políticos internacionales, las tensas relaciones entre Rusia y Occidente, las relaciones de vecindad ruso-turcas, las tensas relaciones entre Armenia y Rusia y el creciente papel e importancia de Turquía en la región.
Moscú, mientras planeaba su propia guerra en Ucrania, intentó posicionar a Turquía como un estado que no interferiría con sus planes, y a Azerbaiyán como un estado que permitiría a Rusia exportar recursos energéticos a través de sus oleoductos y evitar sanciones. Era obvio que Rusia, teniendo a Ucrania como su máxima prioridad y su tarea más difícil, tenía que hacer concesiones. Desgraciadamente, el precio exigido por Bakú y Ankara era el de Artsaj, sin armenios. Por último, pero no menos importante, en 2018 llegó al poder un equipo de dirigentes en Armenia, para el cual Artsaj no representaba ningún valor, sin mencionar sus otros “pecados” mortales. Entonces, viendo ese impulso histórico en septiembre de 2020, cuando la campaña presidencial en Estados Unidos estaba en su fase más activa y a la administración Trump no le importaba nada más que la reelección, Bakú y Ankara atacaron, ya que nadie podía detenerlos.
Teniendo en cuenta lo anterior, sería ingenuo pensar que Azerbaiyán alguna vez cedería aunque sea un metro cuadrado de Artsaj. También era ingenuo pensar que Azerbaiyán pudiera aceptar Artsaj con un solo armenio allí. Así como Armenia no estaba dispuesta a renunciar a Artsaj hasta 2018, de la misma manera Azerbaiyán no estaba dispuesto a entregar Artsaj.
En los últimos años quedó claro que la cuestión de Nagorno-Karabaj no tiene una solución pacífica. Las tesis que circulan en Armenia desde hace años de que si Armenia trabaja por una solución al conflicto de Nagorno-Karabaj, la comunidad internacional dará todas las garantías necesarias para que no haya otra guerra. Sin embargo, vimos que no puede haber garantías internacionales porque los actores globales tienen sus propios planes con respecto al problema de Nagorno-Karabaj, así como al futuro de la región del Cáucaso Meridional en general, y estos planes son completamente diferentes entre sí.