En los últimos meses, la actividad estadounidense en la regulación de las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán ha sido claramente visible.
Washington está intentando utilizar todas las herramientas a su disposición para ayudar a firmar un tratado de paz entre las partes. Se puede argumentar que ésta es la fase más activa de la diplomacia estadounidense en esa parte del mundo desde 1992. Se ha creado un entorno geopolítico en el Cáucaso Meridional que parece ser el que Washington esperó durante casi tres décadas.
En primer lugar, el conflicto de Nagorno-Karabaj ha cambiado la forma que ha exhibido durante los últimos 30 años, borrando el equilibrio de poderes en la región. El gobierno armenio expresa ahora su voluntad de normalizar las relaciones con Turquía, cumpliendo todas las condiciones previas turcas. Lo mismo puede decirse de las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán.
Rusia, que alguna vez fue un poderoso actor regional, concentra todos sus recursos diplomáticos y políticos en la guerra de Ucrania y no tiene suficiente poder para lidiar con la región del Cáucaso Sur y los desafíos que enfrenta allí.
Todo esto significa que se ha abierto una oportunidad histórica para que Estados Unidos reduzca significativamente el papel de Rusia en el Cáucaso Meridional, y la actividad de Washington debe verse desde esta perspectiva particular.
Al mismo tiempo, es necesario actuar lo más rápido posible, teniendo en cuenta otros factores como el fortalecimiento y crecimiento del papel de China no sólo en el mundo, sino en el propio Cáucaso Meridional. La mejora y la estrategia de las relaciones chino-georgianas fueron abordadas con bastante frialdad en Washington, que se da cuenta de que China se está convirtiendo en un importante competidor desde el Medio Oriente hasta el Cáucaso Meridional. Y si tenemos en cuenta la solución de las relaciones entre Arabia Saudita e Irán, respectivamente un viejo aliado y un viejo enemigo de Washington, a través de la mediación de China, entonces Washington tiene motivos para preocuparse.
Sin duda, se han producido cambios significativos en la región desde la guerra de Artsaj de 2020 y la guerra de Ucrania. La disminución de la influencia rusa en Armenia, el aumento de la influencia turca y la participación más activa de Ankara en el Cáucaso Meridional tras la guerra de 2020 están configurando nuevas realidades. En esta cadena lógica también debería considerarse la regulación de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita y Armenia. En un futuro próximo, la perspectiva de establecer relaciones diplomáticas entre Armenia y Pakistán es muy posible.
El acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán, como se mencionó, está en la agenda política de Washington y es una de las prioridades más importantes de la política estadounidense hacia el Cáucaso Meridional, junto con la normalización de las relaciones entre Armenia y Turquía, el establecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de fronteras. Es cierto que Armenia sigue siendo miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y de la Unión Económica Euroasiática (UEEA), pero es obvio que junto con la reducción de la influencia rusa, la importancia de estas organizaciones también se reducirá, sobre todo en lo que respecta a la OTSC.
Obviamente, la UEEA es una organización económica y Armenia se unió a ella por intereses económicos. Por otro lado, en la lógica de la nueva arquitectura política de la región, la OTSC no es de vital importancia para Armenia.
Ereván no tiene prisa por retirarse de esa organización. Según los estatutos de la OTSC, los Estados miembros deben informar a la organización de tal intención al menos seis meses antes de abandonarla, y Armenia aún no ha hecho tal declaración. En cuanto a la UEEA, lo más probable es que Armenia no abandone esta estructura hasta que tenga mercados alternativos similares.