Durante este período, nuestra patria y el pueblo armenio, tanto en Armenia como en la diáspora, están viviendo uno de los períodos más difíciles de nuestra historia contemporanea.
En este período de graves crisis físicas y psicológicas, es inevitable e incluso esperado que nuestro pueblo, que enfrenta pérdidas irreversibles en todo el territorio de la patria, exprese su ira con justa repulsión, bajo la presión de sucesivas decepciones profundas.
En la diáspora, a vez, como armenios responsables, muchos de nosotros hemos considerado que uno de los principales deberes de nuestra vida, dentro de los límites de nuestras capacidades, es dedicar una parte importante de nuestro tiempo y recursos materiales e intelectuales, a servir a nuestra nación.
Como resultado de esta situación, en una atmósfera tan electrizada de ira justificada, sería difícil encontrar algún armenio en toda la diáspora que no sintiera la necesidad de participar en protestas o esfuerzos de ayuda de una forma u otra a favor de nuestra gente.
Nuestra queja y nuestra ira se dirigen en primer lugar a nuestros antiguos oponentes, los azerbaiyanos y los turcos. Nuestra protesta se dirige sucesivamente a las demás naciones del mundo, especialmente a las llamadas grandes naciones, que supuestamente están comprometidas con la aplicación de la justicia según los estándares internacionales. Estos últimos también nos abandonaron hoy. Qué vergüenza para ellos.