Hace pocos años atrás, en una plácida sobremesa primaveral, bajo la sombra del árbol de damasco del jardín de los Aroyan en la localidad de Lusarat, región de Ararat, Armenia, disfrutábamos de un añoso y exquisito brandy local con el que el dueño de casa, entre brindis y brindis, se ocupaba de mantener mi copa siempre llena.
Vanik Aroyan, ex combatiente de la primer guerra de Karabaj en los años noventa, padre de mis ahijados Liana y Smpat en Armenia, relataba abismado en una profunda emoción los trágicos acontecimientos de aquellos días.
En esos tiempos, en una de las frecuentes visitas a mi patria de origen, en las que existía un frágil alto el fuego en la región en conflicto, aunque con permanentes escaramuzas, mi pregunta no podía ser otra que consultar al veterano soldado cual sería a su parecer el futuro definitivo de aquellas tierras en disputa, las que a simple vista y sin discusión alguna nos pertenecían. Su respuesta serena y meditada me dejó por demás confuso y preocupado: “El futuro es incierto, negativo y lejano a nuestras legítimas pretensiones”. Eran las palabras de un calificado experto, de un conocedor de la región y sus geopolíticas, un patriota genuino, pero al mismo tiempo un analista pragmático y desapasionado.
A 44 días del inicio de la guerra por parte de Azerbaiyán contra el territorio de Artsaj, apoyado por Turquía, comprendido por milicianos terroristas pagos, buena parte de armamentos provistos por Israel, incumpliendo normas básicas establecidas para casos de conflictos bélicos, atacando a blancos civiles, utilizando armas y métodos prohibidos por razones humanitarias, dejaron como resultado miles de vidas cegadas, heridos, mutilados y destrucción inconmensurable en un enfrentamiento de fuerzas totalmente inequitativas.
Finalmente después de ser un frío espectador, hasta que el desgaste de los contendientes fuera insostenible, llegó la intervención de Rusia a fin de aplicar un alto el fuego definitivo, al tiempo de realizar una magistral jugada de ajedrez, basada en el dominio absoluto de la región, articulando un nuevo mapa que le permite controlar con total independencia todas aquellas áreas que alguna vez podrían provocarle inquietud, naturalmente basado en su indiscutible poderío militar, desplazando rápidamente a los protagonistas de los combates hasta el día anterior, cubriendo con ejército y armamento propio el terreno de los enfrentamientos. Nadie puede proclamarse vencedor o vencido en esta guerra, sino hay un único y claro triunfador: la FEDERACIÓN DE RUSIA, de Vladimir Putin.
Quiero destacar un impecable análisis del periodista Leo Moumdjian con fecha 10 de noviembre en Sardarabad, donde revela desde el propio escenario de los acontecimientos un cuadro claro y objetivo del estado de situación y las posteriores reacciones desde los distintos sectores de la armenidad.
Como no podía ser de otra manera, lejos de un sereno razonamiento, inmediatamente se buscan culpables y traidores para atemperar aquello que nos parece injusto, nuestra actitud pasional e intempestiva no ha hecho más que traernos fisuras y retrocesos. De aquí en más deberíamos estar más coherentemente unidos, con objetivos definidos, fortalecer la economía de Armenia, su capacidad de negociación internacional, sus avances tecnológicos. Tenemos demasiados héroes y patriotas en nuestro historial, necesitamos hábiles pensadores en un mundo que se mueve únicamente por intereses y conveniencias. Esta última lección debe servir para despertarnos y cambiar la óptica. Honor a nuestros soldados que donaron sus vidas, a aquellos que sufrirán daños por el resto de sus vidas por defender su tierra y también a los que evitaron una tragedia mayor sabiendo que serían justa o injustamente sentenciados.
A.K.