Si bien la mayoría de la población de Armenia está preocupada por el impacto inmediato y a corto plazo, de la guerra entre Rusia y Ucrania, los historiadores y analistas miran hacia el futuro en busca de consecuencias de desarrollos históricos.
La guerra lanzada por Rusia contra Ucrania y las posteriores sanciones internacionales contra esa nación han causado escalofríos en la parte del mundo económicamente entrelazada con Rusia.
En Armenia, ese cambio a causa de la guerra ha sido inmediato y duro. Se pronosticaba que el producto bruto interno (PBI) de Armenia para este año aumentaría un 5,6 por ciento, pero ahora el banco central ha recalculado esa cifra a un 1,6 por ciento, en vista de la eliminación de las remesas de los armenios de Rusia, que representan el 49 por ciento de las transferencias de dinero a Armenia y la interrupción de la cadena de suministro de alimentos y productos básicos, que en su mayoría se importan de Rusia.
Moscú ha establecido restricciones a las exportaciones de granos incluso a los miembros de la Unión Económica Euroasiática, de los cuales Armenia es uno. El veintisiete por ciento de las exportaciones de Armenia están destinadas a Rusia, y esa área también se verá gravemente afectada. Sin embargo, incluso en el mejor de los casos, la caída del tipo de cambio ruso devastará el mercado.
Las autoridades hablan ahora sobre cuánto tiempo pueden durar los suministros de alimentos actuales y cuáles son las alternativas para Armenia para evitar la privación.
Por otro lado, un nuevo fenómeno se ha desarrollado en el país con la avalancha de emigrados rusos y ucranianos que escapan de sus países de origen. Traen consigo sus talentos y capital. Sin embargo, la pregunta es cuánto tiempo la infraestructura económica de Armenia puede soportar este tipo de agitación repentina. El mercado inmobiliario ya está sobrecalentado.
Todos los desarrollos y preocupaciones anteriores pueden ser impactos a corto plazo y pueden resolverse con el tiempo. Pero el pronóstico más difícil es el de largo plazo por el impacto permanente que la guerra en Ucrania puede traer al mundo, a la región y particularmente a Armenia.
Al menos una pista de ese impacto es el objetivo de Rusia al participar en esa guerra en primer lugar. Muchos expertos en Occidente creen que el ímpetu del líder ruso Vladimir Putin es resucitar a la antigua Unión Soviética, de una forma u otra. Las condiciones que Putin propuso a Ucrania, para que su nación detuviera la guerra, abonan esa teoría. De hecho, entre esas condiciones está la estipulación de que una Ucrania desmilitarizada tiene que pasar a formar parte de Rusia, tras aceptar que Crimea es parte de Rusia y que Luhansk y Donetsk son países independientes.
Putin a menudo ha expresado públicamente su decepción por el hecho de que Ucrania no sea parte de Rusia. Por lo tanto, no es difícil predecir que, si Moscú sale triunfante del conflicto actual, este impulso cobrará mayor protagonismo con todos los países del “exterior cercano” o en la zona de influencia de la antigua Unión Soviética, incluida Armenia.
Aunque el resultado de la guerra es una incógnita, el estado actual del conflicto no augura una victoria general para Rusia, que sufre una hemorragia de soldados, armas y equipo militar, además de sufrir un golpe catastrófico en su economía. En sus primeros días, los estrategas de guerra creían que este sería un trance de corto plazo con una victoria resuelta para Rusia, pero parece que la paz llegará cuando Moscú y Kiev compartan por igual los dividendos de esa paz.
Mientras la guerra continúa, las partes que anticipan verse afectadas por su resultado se han estado posicionando para suavizar estos impactos o, de hecho, beneficiarse del botín. Así, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, firmó un acuerdo con el presidente Putin un día antes del estallido de la guerra, comprometiéndose a no participar en ninguna actividad que pueda comprometer los intereses de la otra parte, solo para señalar a la Unión Europea que en caso de que el gas ruso no fluya a Europa, los líderes de la UE pueden depender del petróleo de Azerbaiyán.
Al mismo tiempo, Azerbaiyán envía a Ucrania todo tipo de asistencia bajo la apariencia de ayuda humanitaria, devolviendo así el favor y el suministro de armas a Bakú por parte del presidente Volodymyr Zelensky, durante la guerra de 44 días que lanzó contra Karabaj.
Turquía, a su vez, mientras culpa a Rusia por la guerra, vota en contra de la anexión de Crimea por parte de Moscú y suministra drones Bayraktar a Kiev, se niega a unirse a la política de sanciones de Occidente contra Rusia, muy probablemente para obtener algunos beneficios al eludir estas sanciones, como ya lo hizo durante las medidas de Occidente contra Irán. Además de esos actos de malabarismo político, Turquía se ha convertido en el principal mediador entre Rusia y Ucrania; el primer intento de reunir a los ministros de Relaciones Exteriores de Rusia y Ucrania no arrojó ningún resultado, pero el Ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlut Çavusoglu, continúa con sus incansables esfuerzos a través de la diplomacia itinerante entre Kiev y Moscú.
Armenia está atrapada en medio de este enigma. La promesa de la Unión Europea de un paquete de ayuda económica de 2.600 millones de euros y la insistencia del presidente Joe Biden al presidente Erdogan para iniciar negociaciones con Armenia para mejorar las relaciones y levantar su bloqueo han alentado las expectativas de Armenia hacia el oeste, aunque Ereván no cuenta con mucho margen de maniobra para virar hacia el Oeste, sin ofender a Moscú. Hasta ahora, Armenia ha salido ilesa con un voto a favor de la posición rusa en el Consejo de Europa y abstenciones en otros foros.
Las manifestaciones públicas en Armenia también están en línea con la posición neutral de Ereván. El Partido Europeo de Tigran Khzmalian organizó una manifestación a la que asistieron funcionarios ucranianos que condenaron la guerra. El otro se llevó a cabo frente a la embajada rusa, durante el cual se izó la antigua bandera soviética, con oradores exigiendo que Armenia se convierta en miembro de la Unión de Estados de Rusia. Una nota positiva: la tolerancia del gobierno al permitir estas dos manifestaciones contrastantes mejora las credenciales democráticas de Armenia.
Esta cuestión ha sido planteada recientemente por sectores políticos pro-Moscú en el país, primero por el ex presidente Robert Kocharian y más recientemente por el oligarca y benefactor Ruben Vardanian. Este movimiento tiene el potencial de convertirse en una fuerte tendencia política, si Rusia logra una victoria decisiva en la guerra actual. El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, ya había dicho con desdén a quién le importa Armenia y que, finalmente, no tendrá a dónde ir más que unirse a Rusia como Estado miembro de la Unión.
La devastadora derrota de Armenia durante la guerra de 44 días ha impactado negativamente en las percepciones de la gente con respecto a la supervivencia del país como estado soberano. Algunos incluso han planteado la pregunta públicamente a funcionarios del gobierno, preguntando si unirse a Rusia está en la agenda y la respuesta ha sido no.
Armenia está negociando con Turquía y, hasta el momento, han surgido algunas señales positivas de estas conversaciones. Para algunos críticos y analistas desanimados, el futuro de Armenia está diseñado a lo largo de líneas blancas y negras. Razonan que para que Armenia sobreviva, tiene que elegir entre unirse a Rusia o convertirse en un vilayato turco (nombre de las antiguas provincias del Imperio otomano).
Pietro Shakarian y Benyamin Poghosian han publicado un artículo conjunto que establecen tres opciones para la supervivencia de Armenia como estado soberano: 1) preservación y protección de la población armenia en la patria histórica armenia, 2) armonización militar ruso-armenia y 3) restricción de la economía turca a la penetración y control de la República de Armenia.
Es cuestionable cómo se pueden lograr estas recomendaciones, pero lo más interesante es que los autores brindan algunas estadísticas que miden el sentimiento público y dan instrucciones sobre qué políticas tienen mejores posibilidades de éxito. Así, escriben: “Hallazgos de encuestas recientes del Instituto Republicano Internacional reflejan el creciente estado de ánimo popular. Cuarenta y seis por ciento de los armenios están de acuerdo en que su país no va en la dirección correcta, un golpe significativo para el liderazgo en funciones de la república. De los encuestados, el 88 por ciento afirmó que la principal amenaza a la seguridad nacional que enfrenta Armenia es la República de Turquía. Solo el 5 por ciento dice que el diálogo armenio-turco es necesario, mientras que la gran mayoría dice que el gobierno debería invertir su mayor esfuerzo en mejorar la alianza de seguridad estratégica de Armenia con la Federación Rusa. Los resultados de la encuesta hacen eco de los sentimientos populares en las calles de Ereván, ya que los residentes expresan su comodidad con los vuelos regulares de los cazas MiG-29 rusos, sobre los cielos de la capital armenia. Por el contrario, la proclamada "nueva era de paz" del gobierno con Turquía ha suscitado una preocupación considerable, e incluso reparo, entre la población, dado no solo el recuerdo de la participación directa de Turquía en la guerra de Karabaj de 2020, sino también del Genocidio Armenio de 1915, que Ankara todavía lo niega”.
Teniendo en cuenta que Armenia está en una coalición con Rusia, muchos asumen que sobrevivirá, si la Federación Rusa demuestra que no es un imperio en ruinas como suponen algunos. Pero con sus escasos recursos, Armenia no puede tener más influencia que Bielorrusia o Kazajstán, y Moscú la tratará con despreocupación.
Se puede esperar la misma imagen espejo en cualquier estructura en Occidente, nuevamente debido a la fragilidad económica de Armenia. Una lección debería ser las relaciones entre Grecia y Turquía dentro de la OTAN. Allí, Grecia ha comprometido su soberanía y es tratada como un desvalido. Armenia no puede esperar hacerlo mejor.
Una cosa es segura: existe confusión entre la ciudadanía acerca de la dirección política que debe tomar Armenia para sobrevivir. Si creemos en el determinismo histórico, esta es la réplica perfecta de una situación que Armenia ha enfrentado repetidamente durante su larga y ardua historia.
Cada vez que ha surgido tal desorden, con diferentes grupos empujando las políticas nacionales de Armenia en diferentes direcciones, Armenia ha perdido, con el fatalismo resultante… y simplemente dejando la esperanza de que Armenia pueda revivir algún día.
Es hora de que surja un liderazgo visionario, ya sea de las filas del gobierno actual o a través de una combinación de fuerzas para poder trazar un futuro realista y alcanzable. De lo contrario, nos perderemos en una encrucijada entre Rusia y Turquía.