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Locales - Cördoba - Juan Carlos Merdinian - Perfil
“Habiendo negación, el Genocidio es una herida que no se cierra”
23 de Abril de 2023

Más de un siglo después, un pueblo mantiene activa la memoria y sus reclamos frente a Turquía, heredera del Imperio Otomano, que asesinó a más de un millón y medio de personas. Juan Carlos Merdinian, cónsul honorario designado por Armenia para Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán, entrelaza aquel pasado doloroso con el que se vive hoy en Artsaj y aboga por un futuro de paz.

MARCELO TABORDA

La ominosa cifra de más de un millón y medio de muertos, a la que hay que sumar decenas de miles expatriados, perseguidos y forzados a cambiar su destino e identidad, alcanza para dimensionar lo que fue entre 1915 y 1923 el plan de exterminio que el Imperio Otomano aplicó contra el pueblo armenio. 

Pero mucho más sirven de recordatorio, que interpela a través de fotografías, relatos y testimonios vividos en primera persona, las acciones contra el olvido que cada mes de abril renuevan los armenios de la diáspora, descendientes de quienes lograron sobrevivir a la barbarie del primer Genocidio del siglo pasado.

Juan Carlos Merdinian, además de ser parte de esa comunidad con presencia tan activa en esta ciudad es el cónsul honorario designado por la República de Armenia para Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. En diálogo con PERFIL CÓRDOBA, aludió a la evocación de un pasado que se hace presente hoy en el conflicto de Artsaj, que enfrenta a Armenia con Azerbaiyán y, otra vez, Turquía.

merdinian–Mantener activo en la memoria lo que significó el Genocidio, ¿tiene una connotación especial? ¿Quiénes son los destinatarios de esta recordación?

–Los destinatarios somos todos los integrantes de la humanidad. Fundamentalmente los estados que componen las Naciones Unidas, cuya carta fundacional habla de contribuir a solventar la paz y la amistad entre los pueblos, que es lo que deseamos todos. Y lo que deja de mensaje es que los hechos de los que no se tiene memoria se vuelven a repetir. Quizá el Holocausto judío o los crímenes de Hitler se hubieran evitado si hubiera sido condenada, en su momento, Turquía. La memoria es fundamental para generar conciencia en la humanidad. Una conciencia donde los valores primordiales del ser humano no son ni la violencia ni el odio, sino la tolerancia y la amistad para lograr el desarrollo de los pueblos.

–Hitler se preguntaba retóricamente “¿quién se acuerda hoy de los armenios….?” Ante el negacionismo de Turquía y el silencio de otros países, ¿esa frase motoriza la rebeldía contra el olvido?

–Totalmente. Habiendo negación, el Genocidio todavía está latente, continúa, es una herida que no se cierra, es una llaga que no se cura. Habiendo negación estamos sosteniendo a los asesinos en un lugar donde no tendrían que estar, que es en el gobierno de los pueblos. A más negación, más lucha, que es lo que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Las nuevas generaciones han tomado conciencia de esa necesidad de recordar un hecho horrendo como fue nuestro genocidio, de curar las heridas de sus abuelos, porque no podemos vivir con una idea –que no la hemos tenido– ni de revancha ni de odio, sino que tenemos que construir sobre las heridas curadas. En ese sentido es fundamental que Turquía y, si hoy lo está cometiendo, Azerbaiyán también reciban una condena. Esa condena sería como cerrar un capítulo maligno y dar lugar a una nueva oportunidad, ya sea para el pueblo víctima, como para el victimario.

–¿También para los victimarios?

–Sí, ambos merecen esa oportunidad, porque en el caso de Turquía no es que el pueblo sea el culpable; el culpable es el sistema que le niega a ese pueblo el conocimiento de su historia. La falta de conocimiento de la gente hace que no se mire al espejo de la historia, que no sepa lo que hicieron sus antepasados. Nuestros antepasados durante 40 o 50 años callaron el dolor porque pensaban que transmitir ese dolor era continuarlo en los hijos. Y ellos, recién llegados a la Argentina, querían que sus hijos crecieran sin ninguna mochila en sus espaldas. Pero cuando esos hijos empezaron a ir a las universidades, a educarse y a darse cuenta de lo que era la historia de la humanidad se preguntaron ‘¿por qué?’. Así fue que en el 50º aniversario del Genocidio empezaron los primeros movimientos reivindicatorios del pueblo armenio y 50 años demoramos nosotros como diáspora en tomar conciencia de lo que les había pasado a nuestros abuelos. Todos estamos atravesados por historias de dolor; todas las familias, sean de Estados Unidos, Alemania, China o Argentina. Mi abuelo fue el único sobreviviente de una familia numerosa. Nunca contó lo que pasó con sus dos hermanas. Él le decía a mi papá que las hermanas se habían tirado al Éufrates para no caer en manos de los turcos, pero mi papá siempre sostuvo que debía haber pasado algo más que su padre prefirió no contar. Son historias que nos comprometen frente a un mundo donde siguen gobernando muchas de las razones que causaron el Genocidio. Muchas de ellas ocurren en continentes que no tienen visibilidad, en pueblos y regiones que no trascienden para el resto de la humanidad.

–¿Cómo se transmiten a los más jóvenes estas reivindicaciones?

–Nuestros antepasados buscaban transmitir la cultura, la religión, las tradiciones armenias. Criar a sus hijos en ese ámbito era para ellos la mejor respuesta: Nos quisieron hacer desaparecer, aquí estamos, seguimos vivos. Era una manera rudimentaria de luchar: mantener a su familia, bajo un techo, una iglesia, un colegio, un idioma. Después los hijos, abren sus ojos al mundo y ven que la lucha por los derechos humanos, por la memoria, la justicia, es parte de la causa armenia, como de tantas otras causas que están pendientes.

–Usted habló de conflictos en regiones invisibilizadas; ¿es lo que sucede hoy en Artsaj?

–La población tiene su asentamiento milenario en esa región. A través de distintos regímenes que han gobernado esa zona fue cambiando de status: a veces independiente, a veces autónomo, a veces sojuzgado por un imperio; y en el siglo 20 llegan los tártaros que hoy constituyen Azerbaiyán. En el siglo 21 vemos consecuencias de la disolución de la Unión Soviética, luego de que en 1991 se firmara el acuerdo de Alma Ata, donde surgió la Comunidad de Estados Independientes que, entre otros, integraron Azerbaiyán, Armenia y Georgia. Este territorio quedó con estatus especial autónomo dentro de Azerbaiyán, pero conectado con Armenia a través de un paso de cinco kilómetros, el paso de Lachín, hoy cercado por milicias azeríes para no dejar pasar alimentos, ni medicamentos. La gente está bloqueada y aislada y es una población que, por ser milenaria, prefiere morir ahí antes que abandonar su tierra. De los 150 mil habitantes de esa región, 30 mil se han establecido en Armenia tras soportar la guerra de 2020. En esa guerra, Azerbaiyán ocupó el 80 por ciento de ese territorio armenio histórico con ayuda de Turquía, que le provee armas, personal, trae milicias mercenarias de Siria y utiliza tecnología que ni Armenia ni la ex-Unión Soviética tenían. Rusia, en tanto, ha sido garante de la paz y siempre ha tenido un trato especial con Armenia.

–¿Por qué tiene ese trato?

–Porque Armenia, en la Segunda Guerra Mundial, dio 300 mil combatientes. Es recordado el general (Iván) Bagramian, héroe contra el nazismo. Los tanques de Bagramian hicieron que los nazis se rindieran. Rusia mantiene este compromiso con Armenia, pero hoy vemos que también juegan papel clave el petróleo, el gas, las sanciones que impuso Europa. El espíritu de supervivencia de Rusia la está llevando a acuerdos con Azerbaiyán, que es productora de petróleo y de gas. También se lleva bien con Turquía, para que no se involucre en la guerra de Ucrania. A esto hay que sumar la pandemia, que fue cuando Azerbaiyán desató la guerra, aprovechando que el mundo estaba en otra cosa, y  haciendo que nuestro pueblo sufra. Pero ese pueblo está dispuesto a morir y son 120 mil personas, que se plantaron y dicen: o morimos o nos dan una autonomía que nos haga dignos de poder vivir en esta tierra. Hoy hay conversaciones de paz, pero por las declaraciones que hace el presidente azerí, (Ilham) Aliyev, se ve que no quiere la paz. Su idea es lograr un corredor que lo una con Turquía y ese corredor pasa por territorio armenio.

–En ese escenario, ¿qué se puede esperar para Armenia?

–Nuestro deseo es ver una Armenia como la actual, que el año pasado tenía un 12,5% de crecimiento en su economía pese a la guerra. Está entre las naciones recomendadas al turismo internacional. Armenia es un museo a cielo abierto y quien la ha visitado sabe de sus iglesias, sus monumentos… Es un pueblo amante de la cultura, del arte… Armenia busca modernizar sus fuerzas armadas y consolidarse económicamente. Buscamos generar desde Córdoba, por ejemplo, la posibilidad de que empresarios cordobeses exporten a un mercado donde no está sólo Armenia y sus tres millones de habitantes, sino 200 millones. Es el mercado euroasiático y se habla de abrir, si se establece la paz, una zona de libre comercio que iría desde Irán hasta Rusia y uniría el Mar Caspio, el Mar Negro y –si Turquía entrara– hasta el Mediterráneo. Un gran proyecto, pero se topa con este muro que es Aliyev, quien esta semana dijo que algún día los armenios despertarán en su capital, Ereván, viendo flamear la bandera de Azerbaiyán.

–¿Cómo incide en este contexto la guerra en Ucrania?

–La asemejo a un gran terremoto, donde hay un epicentro y el que más cerca está, más lo sufre. Teníamos una comunidad de 500 mil armenios en Ucrania y no sabemos si se han ido a Armenia o siguen ahí. Pero la principal consecuencia es que nuestros socios o ‘padrinos’, es decir Rusia, que era el más próximo proveedor de armamento y estrategia, y en convenios o tratados aún figura que protege a Armenia, hoy está totalmente metido en ese conflicto. Le han tendido la celada y el mayor profesor de ajedrez del mundo ha caído en esa celada. Está metido en una guerra de la que no puede salir y eso afecta porque a Armenia le está faltando ese apoyo. Rusia busca aliados y hace buena letra con Turquía y Azerbaiyán; Lamentablemente Armenia está en el medio.

Perfil - Córdoba

 

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