En los Esteros del Iberá, en el Noreste de la Argentina, se pueden encontrar yacarés, carpinchos o venados de las pampas que atrapan la mirada de los turistas por su tamaño. Pero allí también vive una especie de ave, que se alimenta de semillas y puede pesar unos 8 gramos, que atrapó a científicos del mundo. Es el capuchino Iberá, una especie que fue ahora estudiada por investigadores de Argentina, Estados Unidos y Brasil, quienes hallaron pistas para comprender cómo surgen las nuevas especies en el reino animal.
El capuchino Iberá (cuyo nombre científico es Sporophila iberaensis) fue descubierto en 2016, y es autóctono de la zona de humedales de la Mesopotamia argentina. Es un “caso de estudio” muy particular para investigar cómo funciona la formación de especies sin que se establezca previamente una barrera geográfica entre poblaciones. Es pariente cercano del ave capuchino canela. Pero a pesar de que comparten territorio, los individuos de ambas especies de aves “saben” distinguirse entre sí a la hora de buscar pareja, a través del canto y del plumaje.
El hallazgo ayuda a explicar cómo surgieron las dos especies diferentes, a pesar de que son genéticamente muy similares. El trabajo demuestra “el importante papel del comportamiento en el origen de una nueva especie”, comentó a la revista Science la investigadora B. Rosemary Grant, bióloga evolutiva de la Universidad de Princeton que no participó en el nuevo estudio y conocida por los trabajos que realizó con su esposo y científico sobre la evolución de los pájaros pinzones en las Islas Galápagos.
Generalmente, las nuevas especies se forman porque algunos miembros de una población quedan aislados por un río o por montañas. Con el paso del tiempo, los dos grupos divergen genéticamente y en sus rasgos y comportamientos. Si ese aislamiento se mantiene el tiempo suficiente, los grupos no podrán producir juntos descendencia fértil.
Sin embargo, a veces esas barreras físicas no existen pero igualmente surgen dos especies, un proceso que llaman especiación paralela o “simpátrica” (que significa “unidas por el lugar de nacimiento). Es algo poco frecuente, y el estudio sobre los pájaros capuchinos en el Parque Nacional Iberá es uno de los pocos que documenta ese tipo de especiación en los vertebrados en la naturaleza.
“Nuestra investigación implicó tomas de muestras de sangre de las aves en el Parque Nacional del Iberá, y estudios genéticos y del comportamiento”, contó a Infobae el biólogo especializado en conservación de aves, Adrián Di Giácomo, investigador del Centro de Ecología Aplicada del Conicet en Corrientes y uno de los coautores. Al estudiar el ADN de las aves, encontraron una diferenciación extremadamente baja en todo el genoma, con la excepción de tres estrechas regiones localizadas en diferentes cromosomas. Estas regiones contenían 12 genes, tres de los cuales están implicados en la coloración del plumaje.
Los machos de las especies capuchino Iberá y capuchino canela se diferencian en la coloración y el canto. En cambio, las hembras de esas especies son indistinguibles por la coloración. Sin embargo, los científicos encontraron que el genotipo de cada hembra siempre coincidió con el genotipo de su pareja, a pesar de que las dos especies tienen territorios de cría cercanos, se reproducen de forma sincronizada y se alimentan juntas de los mismos pastizales.
Para hacer el estudio, los investigadores pusieron anillos en 126 pájaros de ambas especies, siguieron las actividades de los adultos y 80 de sus crías, y tomaron muestras del ADN de cada una. También construyeron modelos de machos de ambas especies y los pintaron con los colores que los caracterizan. Luego, se evaluaron las respuestas de los machos reales. A veces ponía grabaciones del canto de ambas especies mientras mostraban los modelos a los animales reales. Los machos atacaron con más fuerza a los modelos que más se parecían a ellos y que más sonaban, pues aparentemente veían a esos modelos como feroces rivales para conseguir pareja.
¿Cómo hicieron para seguir de cerca a las aves? Hubo mucho de ciencia, pero también momentos de aventura. “Acampamos en el Parque Nacional Iberá para hacer el estudio. Vivimos en medio de los Esteros del Iberá y tuvimos la oportunidad de ser testigos de momentos muy mágicos de la naturaleza”, dijo a Infobae la bióloga Turbek desde los Estados Unidos por teléfono.
¿Qué momentos vivió? “Muchos”, respondió. “El instante en que una hembra chiquita del capuchino Iberá minuciosamente recoge pedacitos de pasto y telarañas para construir su nido; los carpinchos nacen y ya tienen la capacidad de esconderse en el agua ante cualquier ruido; y el modo en que la luz dorada envuelve el pastizal después de una tormenta fuerte”, detalló Turbek.
Además del gran mérito de publicar su trabajo en la revista Science, que es una publicación de altos estándares de la Asociación Estadounidense para el Avance de las Ciencias, la investigadora siente que salió enriquecida con la experiencia. “La experiencia de investigar a los capuchinos ha desarrollado mi habilidad de observar el mundo natural y me ha enseñado a tomar tiempo para prestar atención a mi entorno y valorarlo un poco más. Además, compartir costumbres, intercambiar ideas científicas y colaborar con investigadores de varias instituciones de Argentina, Brasil y los Estados Unidos también ha sido una experiencia muy bonita”, comentó la científica.
El equipo de investigadores también estuvo integrado por los argentinos Leonardo Campagna, del Centro de Estudios de Poblaciones Avianas del Laboratorio Cornell de Ornitología, en EE.UU; Pablo Tubaro, investigador del Conicet en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia; Cecilia Kopuchian y Melanie Browne, del Centro de Ecología Aplicada del Litoral, y Luís Fábio Silveira, del Museo de Zoología de San Pablo, en Brasil.
El estudio fue realizado con financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y el Conicet de Argentina, la Fundación de Apoyo a la Investigación del Estado de San Pablo (FAPESP) en Brasil, y la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, entre otras instituciones.
Los biólogos Di Giácomo y Kopuchian habían sido los descubridores de la especie del capuchino Iberá hace cinco años y trabajan en el Centro de Ecología Aplicada del Litoral del Conicet en Corrientes. El año pasado, la Cámara de Senadores de Corrientes aprobó una ley que declaró al capuchino Iberá como un “Monumento Natural”.
A pesar de que hace poco se la conoce, también se sabe que el capuchino Iberá está amenazado como especie. Porque solo come semillas de los pastizales nativos, que se han reducido durante el último siglo por diferentes actividades humanas. La historia de su separación de otras especies puede ser también un atractivo para turistas amigables con el ambiente, ya que es un caso muy poco frecuente en el mundo.
La población mayor de capuchinos Iberá se encuentra hoy dentro del Parque Nacional Iberá, ubicado en la provincia de Corrientes, que posee una superficie de 183.500 hectáreas pertenecientes. Las tierras fueron cedidas por Conservation Land Trust y Fundación Flora y Fauna a través de un proceso gradual de donación a Parques Nacionales que comenzó en noviembre de 2016. En enero pasado, fueron reintroducidos allí dos cachorros de yaguaretés.
“Nuestro estudio ayuda también a confirmar que el capuchino Iberá es efectivamente una especie, con distribución pequeña y poblaciones chicas”, explicó a Infobae el investigador Leonardo Campagna. “La situación vulnerable de la especie implica que tiene que ser una prioridad para la conservación. Ayuda mucho que habite en un área natural que ya ha sido declarada Parque Nacional”.
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