En todo el continente americano es común encontrar ciudades con nombres europeos; pero una en particular ha generado controversia: Armenia en Colombia. Colombia cuenta con 43 puntos geográficos denominados Armenia, sin embargo, es la capital del Departamento del Quindío la que ha producido toda clase de especulaciones sobre los motivos en el proceso de nombramiento.
En el imaginario colectivo nacional está la idea que el nombre de Armenia conmemora a las víctimas armenias a manos del imperio otomano. Por su parte, cuando un extranjero se entera de la existencia de una ciudad llamada Armenia en Colombia, inmediatamente asume que se debe a la presencia de diásporas o al origen de sus colonizadores. Al parecer, ninguna de estas teorías está en lo cierto.
La ciudad colombiana Armenia en el centro de esta controversia se sitúa cerca a la cordillera central de los Andes colombianos, a unos 290 kilómetros al oeste de Bogotá. Tiene una extensión de 115 Km², en donde viven un poco más de 300.000 habitantes, y a una altura de 1483 metros sobre el nivel del mar, cuenta con una agradable temperatura rodeando los 20ºC durante todo el año. Antes de la colonización española, fue la principal cede de la extinta civilización Quimbaya; luego de su fundación española, la ciudad fue parte del epicentro de la bonanza cafetera colombiana, que duró hasta finales de siglo XX.
Esta Armenia tiene una historia muy lejana a la de Armenia en el sur del Cáucaso. El país se ubica en la cadena montañosa entre Europa y Asia. Los armenios fueron durante siglos una nación bajo el dominio de diferentes imperios (Otomano, Persa y Ruso), que logró mantener una identidad con su lenguaje milenario, la temprana adopción de la religión cristiana, y más recientemente con la lucha por el reconocimiento del genocidio del que fueron víctimas.
El genocidio armenio se refiere al asesinato y expulsión de alrededor de un millón de armenios por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. Mas de 30 países reconocen el genocidio. Turquía, el país que actualmente se ubica en el territorio que fuera el imperio Otomano, nunca ha aceptado que se haya tratado de la aniquilación sistemática de esa nación argumentando que la reubicación de los armenios fue una acción estatal legítima en respuesta al movimiento revolucionario armenio que amenazaba el imperio durante la guerra. Aunque Colombia no lo reconoce, la Ciudad de Armenia aprobó en 2017 un decreto conmemorando el centenario del genocidio.
Historiadores y medios de comunicación armenios no perdieron la oportunidad de atribuir la existencia de esta ciudad colombiana a sus connacionales. Por ejemplo, Hovhannés Babesián inicialmente había escrito que «en el siglo XIX fue fundada por un grupo de inmigrantes armenios».
La especulación de los armenios llegó al punto que en 1983, Sabundjian, comentó que en la ciudad colombiana se había erigido un monumento «en memoria de los fundadores de la ciudad y de sus compatriotas mártires», posteriormente la revista de Ereván fue más allá publicando «es un monumento simbólico que evoca a las víctimas armenias del año 1896″. Se refirieren al emblemático monumento a los fundadores ubicado en el parque del mismo nombre, que consta de un hacha, símbolo de trabajo de los antioqueños que forjaron la ciudad talando la espesa selva.
Es entendible la presunción sobre la presencia de una diáspora de armenios en Colombia. La violenta expulsión o muerte de casi la totalidad de los armenios cristianos que residían en el Imperio Otomano creó la segunda diáspora más grande en el mundo, después de los judíos. Se calcula que unos tres millones viven en la actual República de Armenia y el territorio de Nagorno Karabaj, mientras que otros diez millones estarían repartidos por el mundo.
Efectivamente, distintas oleadas de migración armenia se registraron hacia América Latina desde el siglo XIX y la gran mayoría llegó escapando del genocidio. En Argentina se encuentra la principal diáspora de la región con aproximadamente 150.000 armenios, pero la relación más memorable la tienen con Uruguay, el primer Estado en reconocer el genocidio armenio. En Colombia no se asentaron diásporas armenias, por el contrario, mediante decreto de 1937 este país prohibió la entrada de varias naciones portadoras de pasaportes egipcio, griego, búlgaro, rumano, ruso, sirio y turco. Posteriormente, en 1954 el obispo armenio Cirilo Zohrabian, visitó Colombia recogiendo el dato que «en toda Colombia no existe ni la sombra de un armenio».
El origen del nombre de la ciudad colombiana de Armenia no se debe a la procedencia de sus fundadores. Como hecho cierto se tiene que la ciudad de Armenia fue fundada el 14 de octubre de 1889, por colonizadores locales provenientes del antiguo Estado de Antioquia, quienes establecerían caseríos en este punto intermedio entre el oriente y occidente de Colombia en búsqueda de tierras fértiles, oportunidades para la extracción de caucho, y la necesidad de alejarse del teatro de batalla de las guerras civiles de 1876-1899.
Un episodio que conmocionó al mundo en 1896 fue la masacre de más de 300.000 armenios en la época en que la Federación Revolucionaria Armenia, comúnmente conocida como Dashnaktsutyun, abogaba por una Armenia libre, independiente y unificada, o al menos por mayor autonomía y la protección de sus derechos como minoría en el Imperio Otomano. Sin embargo, la fundación de la ciudad de Armenia fue casi una década anterior a estos hechos, y veinte años anterior al genocidio.
“Es muy probable que los sacerdotes en los púlpitos hicieran mención de Armenia, la primera nación en adoptar el cristianismo como religión oficial, lugar conocido como el Paraíso Terrenal o como el puerto de desembarque del Arca de Noé. Nombre que quedaría en la mente de los primeros colonos”, indica el historiador quindiano Miguel Ángel Rojas Arias defendiendo esta hipótesis.
Pero la atribución del nombre a la iglesia tampoco genera consensos. El Profesor Carlos Alberto Castrillón, del Programa de Español y Literatura de la Universidad del Quindío, en su artículo “Apuntes para una toponimia del Quindío”, expone que la réplica de nombres foráneos en el Departamento, se debe al halo de misterio y de lejanía que envuelven los topónimos extranjeros, así como a las posibilidades de la vida de los colonos en las nuevas tierras.
“En ninguno de los textos conocidos de la época se menciona nada que tenga relación con tradiciones religiosas”, aclara Castrillón en entrevista otorgada a Global Voices, y continúa, “al analizar la toponimia mayor de la región, no se encuentran topónimos religiosos, al contrario de lo que ocurre en otros lugares de Colombia. Los colonos fundadores se definían como librepensadores y hombres cultos, lo que explica la abundancia de nombres tomados de la historia universal o la literatura”.
Incluso, en el Departamento también hay una ciudad nombrada en alusión a otra nación caucásica. Uno de sus fundadores, reconocido masón, propuso cambiar el ordinario nombre del terreno “La Plancha”, por uno más exótico: Circasia.
Pero más importante aún, para la época de la fundación de la ciudad, el nombre ya se encontraba en la región. El contrato de venta de las fincas de los colonos, sitúa los bienes inmuebles en el caserío de Armenia. En consecuencia, Carlos Alberto concluye que, “derivar, como hacen algunos, la relación de este nombre con la historia de Noé parece pura imaginación histórica o explicación postoponímica, si hubo una motivación religiosa para este topónimo, fue para el nombramiento del caserío”.
Sobre el origen del nombre del caserío en donde fue fundada posteriormente la ciudad poco se ha hablado, en algún momento se le atribuyó a colonos provenientes de la ciudad de Armenia en Antioquia.
Al no haber consensos, las motivaciones de nombre de la ciudad quedan en el misterio.